lunes, 19 de febrero de 2018

Manuel Canet


1.
La claridad de la mañana escribe adagios sobre los tejados azafranados del barrio.
Como un aprendiz más, desde primera hora de la mañana me pongo a escribir las palabras de siempre,
que corregirán como siempre las sombras del atardecer.
Me gusta que el suelo me indique la línea a seguir.

Que las ramas y sus habitantes alados correteen sobre las ventanas.
Que el ocaso le agregue tonalidades púrpuras con su paleta de matices.
Y disfruto revelando insólitos significados a las palabras que escribo en los tejados cada día con mi pincel.


2.
Silvia:
En su época Bukowski era etiquetado como un poeta incomprendido.
Así que abrió una nueva botella de vino y sin preocuparle mucho llegó a entender
que nadie puede ser comprendido por sus contemporáneos, es necesario que llegue la próxima generación.
Tarkovsky lo afirmó con menos sensibilidad: al igual que una película se construye en el estudio de rodaje,
la vida tan solo puede ser entendida después de la muerte.
Y en el caso de Bukowski es desoladamente indiscutible.
La muerte comenzó a hilar para los que aun vivimos la vida deshilvanada que siempre llevó
Y a tejer una leyenda que no cesa de crecer.


3.
Ardua tarea la de orientarse en la ciudad de disparates que envuelve lo literario.
Escribo unas líneas en la libreta y sé perfectamente que no hay nada ni nadie detrás,
pero sin embargo,
la consistencia de un hábito las protege y les otorga significado.
Escribo en esta pantalla otras líneas que al momento fluyen por aquel enjambre llamado red
y estoy seguro que hay gente las lee,
pero sin embargo,
con qué abandono se quedan ahí, temblando.
Después salen en alguna revista y con dificultad alcanza a varias decenas de lectores.

Existen mapas para situarte,

pero a la vez es como si nada hubiese allá fuera.


*  *  *

En la cocina la cafetera está silbando.
El agua se empeña en cumplir su deseo de convertirse en nube.
Una enramada de poto tararea apasionadamente sobre el lateral del frigorífico.
En la mesa del comedor, al lado de un par de libros, hay dos tazas en línea y, en el centro, un frutero del que brotan manzanas.
En el tocadiscos suena un nocturno de Chopin.
El primer rayo de luz alarga su brazo hasta la nuca del caballete, que reclina el lienzo sobre nosotros.


Manuel Canet
Madrid, España

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